En seguida me percaté que la fortaleza Bastiani está en Melilla, ya se llame fuerte de Rostrogordo, Horcas Coloradas o Chafarinas, y eso lo puede saber cualquiera que haya estado ejerciendo de militar en la antigua Rusadir por ínfima que fuera su graduación, como era mi caso. Quiero decir que cualquiera que haya vivido una situación similar no podrá menos que evocarla leyendo esta novela de Dino Buzzati (1906-1972).
A partir de ahí no cabe hacerse lenguas ni con la imaginación del novelista ni con el kafkianismo de las situaciones, pues no son tan inconcebibles como se pretenden. Están, eso sí, muy bien contadas pues primero Buzzati plaga la trama de indefiniciones (temporales, espaciales o de cualquier otro tipo), y una vez que elimina toda referencia a la que asirnos no nos queda más que seguir el argumento a ciegas. Cuando nos quita la escalera solo podemos agarrarnos a la brocha y en ese trance nos quedamos hasta el sorpresivo desenlace.
Dino Buzzati -ya lo vemos en la fotografía- nos lleva a una calle sin salida mientras él se queda contemplando unas flores.