viernes, 27 de abril de 2007

Luis Gordillo


Descubrir la originalidad de la obra de Luis Gordillo, supuso en mi caso -y por extensión- descubrir el arte contemporáneo.
Sevillano de 1934, abandona los estudios de Derecho para dedicarse a la pintura. Conoce la obra de los informalistas en los años 50 del siglo pasado y esa es su primera tendencia artística.
Es la Sevilla de los 50, cuando la pintura que admitía la ciudad llevaba 200 años sin evolución ni técnica ni estilísticamente. Era Alfonso Grosso el artista que -a fuer de pintar conventos- gozaba del fervor popular y a otro que se movía en la misma ortodoxia técnica como Romero Ressendi se le calificaba de revolucionario.

Empiezan sus viajes a París y recibe también la influencia del pop americano, pero es a principio de los 6o, cuando se convierte en el máximo representante de lo que se llamó Nueva figuración madrileña siendo el referente de la siguiente generación de artistas jóvenes.
Por encima de todo, destaca en Gordillo la coherencia en la evolución de todo su discurso artístico, de manera que sus obras son facilmente identificables. Por otro lado, deslumbra la imaginación que despliega: puede presentarnos 200 variaciones de un mismo tema siendo cada una de ellas completamente diferente. Además, escapa sutilmente a la tiranía de la etiqueta más socorrida pues no se le puede considerar ni un pintor abstracto ni figurativo.

Leo que ayer se le concedió el Premio Velazquez de pintura y comenta el artista la ilusión que le hace el reconocimiento. Probablemente tanta como me hizo a mi tener mi primer gordillo: una tarjeta que me firmó cuando yo tenia poco más de 20 años. Leo que él me ofrecía su amistad. Yo mi admiración y mi asombro ante su obra.




Imagen: autógrafo de Gordillo en 1990.

lunes, 23 de abril de 2007

Torre de Madrid


La primera vez que subí a la Torre de Madrid fue en 1999 y en un ascensor (en su época los más rápidos del mundo) coincidí con Fernando Díaz-Plaja. Hacía años que quería subir, pues esta torre y el edificio Capitol fueron mis dos favoritos de la arquitectura madrileña durante mucho tiempo.
A pesar de que mi interés por la arquitectura es estético y urbanístico, en su época la Torre de Madrid fue concebida como un alarde técnico. Acabada en 1957 y con 140 metros de altura, también fue en su momento el edificio más alto construido en hormigón. Ahora que consigo conocerla desde dentro, descubro la modernidad con que se diseñaron en su época los espacios y como se aprovecha la luz tanto en el interior de los apartamentos como en las zonas comunes y distribuidores. La funcionalidad de los interiores pide que la decoración sea mínima y los cuadros innecesarios: cada ventana es un Antonio López... al menos desde el piso 27.

Particularmente impresiona la visión de la Gran Vía. Todo el tramo que va de Callao a Princesa y que paseándolo se nos hace inabarcable, aparece aquí de una sola pieza con la mole imponente del Edificio España. Magníficos los 50 años que cumple la Torre de Madrid, gracias a los hermanos Otamendi. A partir de ahora, siempre que paseando descubramos esta estilizada columna de mármol travertino, la miraremos con otros ojos.





Imagen: Gran Vía desde el piso 27 de la Torre de Madrid