De todos los lugares comunes referidos a nuestra guerra civil, uno de mis favoritos es el que nos asegura que la Historia la escriben los vencedores. Y estaríamos dispuestos a darle la razón si no fuera porque hemos leído decenas de versiones de la Historia escritas por civiles y militares, políticos e intelectuales o víctimas y verdugos de todos los bandos posibles. Todos ellos, victoriosos o derrotados, coinciden cuando nos describen la situación crítica del pueblo de Madrid al final de la guerra, las masas hambrientas y la avitaminosis generalizada.
Además del habitual catálogo de miserias, lo original del relato de Javier está en que nos cuenta como empezó a salvarse esa situación por alguien que lo vivió de primera mano.
«Por fin, el 24 de marzo las puertas de Madrid se nos abrieron de par en par. Todos los mecanismos militares y políticos se pusieron en marcha. El nuestro, el Auxilio Social, también. A través de catorce distritos se repartieron el primer día ochocientas sesenta y seis mil raciones alimenticias, igual cifra el segundo, al tercer día alcanzamos las novecientas cincuenta y cinco mil raciones y dimos alojamiento a seiscientas personas sin familia y el cuarto día funcionaba ya hasta un comedor especial para diabéticos... »
JAVIER MARTINEZ DE BEDOYA. "Memorias desde mi aldea". Ed. Ámbito, 1996. Pg. 130.
JAVIER MARTINEZ DE BEDOYA. "Memorias desde mi aldea". Ed. Ámbito, 1996. Pg. 130.