jueves, 28 de julio de 2011

Un cementerio en Trieste


Tres de tres.
Para confirmarnos que tenemos en las manos una biografía, Morand acabará el libro con la terminación de su propia vida. Tan amante de los ritos, para su muerte se acoge al ortodoxo que profesa su esposa Helena, pues considera que Roma pierde las formas tras el Concilio. Y además del enterramiento en el cementerio griego de Trieste, su funeral lo dispone en la iglesia ortodoxa parisina de la rue Bizet.

Con esa afición que tiene la crítica al marbete, hay quien ha llamado a Morand poeta de la velocidad, por lo que habría que convenir que toda esa velocidad, toda la cartografía morandiana termina bajo la pirámide de mármol familiar del camposanto triestino.


«1971
Como ya no quedaba sitio allá, en el panteón familiar donde me hubiese gustado dormir, he aceptado el refugio que me brindan mis primas políticas en el mausoleo de los E... Es de la época de Francisco-José, cuando Trieste era la puerta austríaca del Adriático, cuando Trieste vivía todavía. [...]
Lejos se está del decorado fúnebre de las capitales, del bullicio de las lápidas, de los monumentos en filas apretadas, del trato de enemigos o desconocidos. Campo de reposo tan verde, en medio del desierto de los vivos. Rubios o morenos, nórdicos o latinos, ortodoxos o no, ¿qué importará allá abajo?
Aquí yaceré tras aquel largo accidente que fue mi vida. Mis cenizas bajo este suelo; lo atestiguará una inscripción en griego; me velará esta fe ortodoxa hacia la cual me condujo Venecia, una religión felizmente inmóvil que todavía habla el primer lenguaje de los Evangelios».

Paul Morand. VENECIAS. Ed Trieste. Madrid, 1985 (Pag. 206).







sábado, 23 de julio de 2011

Vos, dichosamente altivo


Si diere lugar mi llanto,
que, en mis esquivos enojos,
el ocio quitó a mis ojos
y el ocio le dio a mi canto,

osara, pero el tormento
de mis penas desiguales,
sólo al tono de mis males
tiene diestro el instrumento;

porque de mis duros casos
es ya tan uso el rigor,
que sólo al son del dolor
acierta mi voz los pasos.

Y así, aunque tal ocasión
diverso estilo merece,
por mi dolor prevalece
la costumbre a la razón.

Vos, dichosamente altivo,
un nuevo Apolo espiráis,
y con tal plectro os mostráis
como nuevo Horacio vivo.

Luis Carrillo Sotomayor. De Redondillas al conde de Niebla, Don Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno.

Antes de que se perpetre la felonía del cerro de San Cristobal —una más— estos versos dedicados hace cuatro siglos al conde de Niebla quedarán aquí para el de Labajos. Por lo demás, podrán desmontarse los bloques de hormigón y venderse las flechas como ferralla, pero no por eso cesará su memoria ni tumbarán la altivez.

El retrato es obra de Carlos Sáenz de Tejada, y esta noche a las 21 tendremos acto de homenaje ante el monumento en Labajos.







jueves, 21 de julio de 2011

La vida en almoneda


Entre ayer y hoy se subastan en la delegación de Christie´s en Londres los muebles y colecciones que reunió durante su larga y bien aprovechada vida don Duarte Pinto Coelho. En febrero nos invitaron a conocer su casa de Madrid y todas aquellas chinoiseries, la colección de contemporáneo, el Antonio López y hasta los abrecartas de marfil quedarán ahora esparcidos por el ancho mundo en horas veinticuatro. Creo recordar que el Derecho Romano no hubiera permitido nunca tal disgregación.
La reflexión profunda sería sobre el omnia vanitas y el recuerdo de que todas las pompas acaban siendo fúnebres; la aparentemente superficial, el ámbito que se fabrica un hombre en la búsqueda de la belleza. Y por encima de las dos, un saludo breve y circunstancial con don Duarte hace ya bastantes años.

La última ocasión de ver juntos todos los objetos de las casas de Madrid y Trujillo de Pinto Coelho me temo que será el minucioso catálogo de la casa de subastas. Algo es algo.












lunes, 18 de julio de 2011

Empieza la riña


Como ya se sabe, Baroja pasó casi toda la guerra civil en París, donde hubo de exiliarse a uña de caballo después de que una partida carlista estuviera en un tris de acabar abruptamente con su brillante carrera literaria. Parece que el episodio ocurrió aquel mismo 18 de julio, y el desenlace feliz habría que agradecérselo en exclusiva ya que no a la Providencia, tratándose de don Pío al general Martinez Campos que fue el que intercedió para su liberación. En aquellos tristes meses parisinos de paseos buquinistas a orillas del Sena empezaría a pergeñar esa serie novelesca de Los Saturnales que después de censuras varias (políticas y familiares) se publicó hace cinco años con el título de Miserias de la Guerra en edición de Sánchez Ostiz.

Demuestra Baroja el puntual seguimiento que desde París hace de la guerra narrando casos particulares que conoce de aquel Madrid sitiado convertido en enorme campo de concentración y que le relatarían los amigos que le llegan de la primera línea. Desde la narración de los meses previos a la contienda le da un toque autobiográfico, pues se retrata entre esos personajes del Madrid de las tertulias que aquí le da el nombre de El Club del Papel. Ácrata y feroz antirepublicano es muy conocida su comparación de la República con un tumor o absceso formado por mentiras, que es de desear que lo saje cuanto antes la espada de un militar. Aunque yo me quedo con esa otra metáfora no quirúrgica pero igual de gráfica que he descubierto en este libro, y es cuando dice que lo que más se parece a la II República es la fiesta que acaba en borrachera y después en riña (Pag. 112).
La mitad del libro puede leerse en su versión digital en la página de Scribd y se puede descargar completo, incluyendo el interesante epílogo aquí posfacio de Sánchez Ostiz por un precio módico. Al que se le ocurrió la fórmula sabía lo que hacía, pues esta lectura nadie va a poder dejarla a medias.
Como la serie de Desastres de la Guerra de Goya o los grabados del mismo tema de su propio hermano Ricardo, en las escenas del libro se va alternando tragedia e iniquidad sin que falte algún resquicio para la ironía.

«Un cuento que se hizo clásico fue el del suicida. Un señor desesperado se arrojaba al paso de un tranvía. El conductor paraba a tiempo, bajaba y le preguntaba
—¿Por qué hace usted eso, hombre?
—Porque quiero morir.
—Pero eso es muy fácil, grite usted "¡Viva la Falange!" y lo conseguirá fácilmente.
Entonces el suicida pensaba en dónde podría dar con más eficacia aquel grito para cumplir sus deseos. Se iba a la casa de la CNT, abría la puerta violentamente y gritaba: "¡Viva la Falange!" Entonces uno de los compañeros se le acercaba amablemente y le decía: No grite usted mucho amigo mío, porque el portero es antifascista».

Pío Baroja. MISERIAS DE LA GUERRA. Ed. Caro Raggio, Madrid 2006. Pag. 114.





lunes, 11 de julio de 2011

Muerte del Comandante


Dos de tres.
La facilidad de Paul Morand para estar en el lugar apropiado en el momento preciso es directamente proporcional a su capacidad para contarlo más tarde (aquí esperó treinta años) más o menos encriptadamente.

«1938
En los años 1930 un amigo había conseguido una audiencia para mí. Me llamaron a París y tuve que cancelar mi visita a Grandone y volver de Venecia a Francia. Llegando al cruce del lago de Garda, un guardia fascista me entrega un paquete: de parte del Comandante. Los automóviles franceses eran escasos en aquel entonces y él había reparado en el mío. Encuentro un abre-cartas de oro damasquinado con estas palabras del héroe nacional: No poseo sino lo que doy».

Paul Morand. VENECIAS. Ed Trieste. Madrid, 1985 (Pag. 147).

Diplomático al que se llama a capitulo a París urgentemente, el mes de marzo de 1938 le sorprende rodeando el Garda, que es cuando se produce la escena que nos describe. Su característico estilo telegráfico no le permite detenerse en explicaciones sobre el motivo de la audiencia parisina. Sí nos hace testigos de la generosidad del Comandante, que pide que le hagan llegar el que puede ser último regalo que hace en vida, unas horas antes de morir. Entre los tinteros y papeles de los despachos del vate en el Vittoriale no estará el abrecartas que se llevó Morand, pero podemos dar fe que quedaron muchos otros.







miércoles, 6 de julio de 2011

Desollado



Por mor de un comentario anterior en el que se mezclaba la exposición de Antonio López en el Museo Thyssen con un conejo a medio asar, recordé en seguida este otro lepórido desollado obra del manchego que acabo de comprobar que está colgado en la exposición. Aquí se diría que el pintor simplifica el bodegón hasta el punto de desollar al animal, tal es su intención de presentarlo descarnado y sin perejiles. O sea, como de la escuela de Sánchez Cotán o Josefa Mendaro.
Como la mayoría de las obras del pintor, se trate de un paisaje urbano o de un objeto en primer plano, Antonio López consigue dar a la tabla esa especie de halo mate tan personal que es el que hace que sea una simpleza el calificarlo de hiperrealista.
Si apartáramos el plato, la mesa salpicada del fondo podría convertirse hoy en un homenaje a
Cy Twombly. Existe esa otra versión en acuarela y con medio conejo sobre un plato de porcelana igualmente interesante.

Y todo mientras esperamos que esta mañana se presente el cartel que la Maestranza de Ronda ha encargado para la goyesca a Miki Leal.








lunes, 4 de julio de 2011

Sfilata di avanguardisti


No se me ocurre mejor manera de sobrellevar la vuelta al trabajo que ir planificando las vacaciones siguentes, de manera que retomamos ese libro de titulo engañoso pues Venecias de Paul Morand es lo menos parecido a una guía de viajes. Más bien una autobiografía que se escribe desde la metáfora permanente y que al principio cuesta coger el hilo porque el autor da por supuestos unos conocimientos de la cultura francesa de la época de los que no disponemos; toda esa cantidad de nombres propios que o bien convierten la lectura en un acto de fe o te obligan a consultar en google varias filiaciones en cada página.
Afortunadamente pronto vienen en nuestra ayuda los lugares reconocibles de la ciudad, y hasta las referencias históricas que vivió Morand en la ciudad nos sirven de pista. Todo narrado desde la distancia, como el que asiste desde fuera a un espectáculo que ocurre entre brumas y con esas descripciones tan cimeatográficas que parecen ser la voz en
off de los documentales del Instituto Luce.

«1937.
Desfile de muchachitas con cantidades de cintas de las centurias en el hombro. Los arditi rodean a unos burgueses calzados con botas. Las borlas negras y sedosas de los feces brillan al sol. Es la movilización civil, la adunata de las cinco de la tarde. Vanguardistas y balillas se sitúan en unos cuadrados dibujados con tiza en el suelo de los campi como peones de ajedrez. El chofer se detiene en pleno campo paduano para ponerse su camisa negra antes de entrar en Venecia».

Paul Morand. VENECIAS. Ed Trieste. Madrid, 1985 (Pag. 144).

La fotografía corresponde a una
sfilata di avanguardisti de 1936 y procede de los fondos inagotables del Archivio Storico Luce.