Las crónicas cuentan que la rubia y delicada Catalina de Lancaster (Hertford 1373) aceptó de buen grado el matrimonio que a los 14 años se le impusiera con su primo Enrique (más tarde el III de Castilla) y que no fue impedimento que este tuviera 9 años. Nobleza obliga -realeza más- y era al fin y al cabo nieta de Don Pedro I. Titulados Príncipes de Asturias, se mantendrá ese nombramiento desde entonces para todos los herederos de la corona.
Viuda joven y nada interesada en el gobierno del reino que como regente tiene atribuido hasta la mayoría de edad de su hijo Juan II, delega en su valida Doña Leonor López de Córdoba.
Puede de esa forma dedicarse a sus fundaciones reales entre las que destaca el monasterio de Santa María la Real de Nieva (1395) donde en los capiteles aún campea su escudo de los tres leopardos pasantes.
Señora de Atienza, envejecida y aquejada de hemiplejía toma bajo su protección a los frailes franciscanos de esta villa reconstruyéndoles el monasterio en el más puro ejemplo de gótico inglés de toda España.
Conocida Nieva, buscamos esta tarde en Atienza la huella Lancaster y allí nos cuentan que la Desamortización de 1835 supuso el fin del monasterio. Rodeamos el ábside que es lo único que queda -y en manos privadas- mientras nos dicen que tiene los arcos cegados porque durante un tiempo se usó como depósito de agua.
Y es entonces cuando echamos de menos un Rodrigo Caro que cante el esplendor ido.