miércoles, 22 de junio de 2011

Vamos a la playa


Lo mejor del comienzo del verano es cuando coincide con las vacaciones propias, cosa que raramente sucede. Y para celebrar
tan singular efemérides, como diría el diario de las tres letras, se me ocurre traer por aquí una sugerente imagen playera de los primeros 70, que resultaron ser los años dorados de la ocasional actriz y perseverante socialité Marisa Berenson, por aquel entonces parece que dedicada en exclusiva al modelaje.

La descubrimos hace años en aquel papel blandito que hacía en una de las películas más lentas de la historia del cine, el
Barry Lyndon de Kubrick, y últimamente hemos sabido que es nieta (o bisnieta, que ahí me pierdo) del científico italo-marciano Giovanni Schiaparelli lo que vendría a ser una demostración de la mejora evidente de la raza. Sea como fuere, a la neoyorquina Berenson la dejaremos rebozase en la isla de Manhattan, mientras un servidor pone rumbo a la otrora conocida como Isla de los Conejos. Hasta el mes que viene.








martes, 21 de junio de 2011

Memoria del exilio


Va desfilando por el libro -la mayoría con el paso cambiado- lo más representativo del exilio español de posguerra, con especial detenimiento en los que se quedaron a vivir en la América española, y todos ellos clasificados por sus epígrafes gremiales: poetas, filósofos, políticos, cientificos... Y como no podia ser menos en tan heterogénea humanidad, el periodista y cineasta Calos Sampelayo, exiliado él mismo, nos los representa con toda la subjetividad del observador que trató a muchos de ellos. Como nexo que los une, con independencia del éxito o fracaso en los modos de ganarse la vida, queda ese retrogusto amargo del desarraigo de España, destacando las páginas que dedica a Domenchina o a Garfias, por ejemplo.

Entre los más coloridos retratos dedicados a los políticos está el de Indalecio Prieto del que nos cuenta al detalle sustanciosos episodios como el modo de financiación del Colegio España en México DF. o los intentos de algunas personas cercanas a él (aparentemente fallidos) por convertirlo a la práctica del cristianismo. Como personaje público cada vez más contestado, tuvo la desventaja de morir con veinte años de retraso y este involuntario desliz fue el causante de que su figura política acabara tambaleándose. Aquí, una opinión a vuela pluma:

«Presidente de todos los entierros, orador de todos los banquetes, tanteaba entre sus sombras vacilantes como un enfermo que se fuera a caer en el último ataque de nostalgia. Un grupo de amigos le rodeaba, sólo un grupo de amigos que cada vez se iba reduciendo más por la muerte, el olvido y el desacuerdo.
Porque esa enfermedad de nostalgia que padecía Don Inda, le había llevado a aceptarlo todo, a estar conforme con todo, a razonarlo y considerarlo incluso. Tenía muchas antipatías, esa es la verdad, más enemigos que amigos. Rivas Cherif exclamaba cada vez que caía un español en México:
—Y Prieto tan campante. Pero, ¿es que ese hombre no se va a morir nunca..? ».

Carlos Sampelayo. LOS QUE NO VOLVIERON. Ed. Los Libros de la Frontera. Barcelona, 1975.

La fotografía procede del conocido como
Archivo Rojo del Ministerio de Cultura, que a pesar de ser propiedad de todos los españoles, ya vemos con qué abusiva marca de agua lo ponen a nuestra disposición. En febrero de 1938 Prieto y su característica doble papada visitan el frente de Madrid.
El diseño de la portada del libro es de Jaime Lara Oliva.










viernes, 17 de junio de 2011

La ciudadana Muñoz


Ya se sabe que Ortega, que acuñó aquello de la
aristocracia de la inteligencia, tampoco hacía ascos a la de la sangre ya que algunos aristócratas de la época le acompañaron en su aventura revisteril de Occidente. Y parece que por colleras les encargaba biografías, de las que ya pasó por aquí la de Osuna por Antonio Marichalar y ahora terminamos la del general Ambrosio Spínola el de las lanzas que escribio Carmen Muñoz Rocatallada, condesa de Yebes.
Para el año 1947 en que finalmente se publica en Austral aun no se estilaba, afortunadamente, ese género híbrido de las biografías noveladas, de manera que aquí Carmen Yebes pone el empeño de la rigurosidad en ir a la busca de los papeles viejos que dan cuenta de la vida del militar y por seguir la comparación con el Osuna de Marichalar, aquí se pierde el característico estilo dilapidador de adjetivos, como un homenaje más a Don Mariano
, y se tiende a la frase corta y efectiva.
Interés añadido ha supuesto ver como se desarrollaba la Yebes con la escritura, ya que algo conocimos de sus lecturas y aficiones, motivo por el cual la teníamos clasificada hasta el momento, más entre personajes novelables que entre los autores, especialmente desde la lectura de los diarios de Carlos Morla.
De nuevo, el retrato que se tomó en 1930 de la ciudadana Muñoz (a su marido aproveche...) procede del Archivo Lagos, ahora en la BNE.







lunes, 13 de junio de 2011

El vaticinio de Kandinsky


Recordaba ayer aquel comentario (o maldad, o reproche) cernudiano contra los poetas profesorales a los que la ocupación laboral no permitía dedicarse por entero a su poesía. Aunque en el pecado bien que llevó el sevillano la penitencia habida cuenta de las veces que tuvo que sobrevivir de sus clases por mucho que siempre intentara desasirse de lo que para él suponía un lastre que lo alejaba de su obra. Sin embargo, la practica nos dice que ni la dedicación exclusiva es garantía de nada ni el ser maestro de otros tiene porqué ir en contra de de la obra propia.
Y se me ocurre que cierta miopía en el reconocimiento de la obra incuestionable del pintor y maestro de pintores Miguel Pérez Aguilera ha corrido paralela a los elogios que se le manifestaban por muchos de los que fueran sus alumnos, entre los que siempre se nombra una docena de los más reconocidos dentro y fuera del país.

Hoy sin embargo me gusta pensar que el tiempo juega a favor de esa obra que siempre nos ha parecido portadora de luz propia, pues en estas topografías iluminadas de Pérez Aguilera, siempre reconocibles y siempre distintas, encontramos un destello nuevo cada vez que las miramos. Por otra parte, nadie escapó mejor a la clasificación más socorrida, pues nunca acabaremos de saber si sus telas nos describen reflejos hiperrealistas o coloristas abstracciones. Cuando descubramos ese misterio, puede que se produzca el milagro del que habló Kandinsky,

«...Según dicen, el estudio de Miguel Pérez Aguilera se encuentra repleto de cuadros nunca vistos, su número sobrepasa lo imaginable y son tantos y tan gratos a la mirada, que el día que por fin puedan ser mostrados, harán realidad el vaticinio de Kandinsky; habrá hombres que oirán y verán».

Fernando Martín Martín. ELOGIO DEL FRANCOTIRADOR. De Diez Pintores Andaluces. Ed. Caja de Ahorros de Cordoba, 1991.

Las fotografías corresponden a la obra Sotilegio (ol/lz. 80x80 cm.) de 1972 y la imagen de D. Miguel en su estudio de la calle Asunción del que nos habla Fernando Martín fue tomada por José Luis Pérez en 1991.









martes, 7 de junio de 2011

Suspiros del Ochocientos


Golondrina en el aire, como puntos
suspensivos, caligrafía del alma
en el ancho azul de la tarde andaluza.
Y el recuerdo de tantas cruzando finas,
en orlas y en suspiros del Ochocientos
y en ese cobrizo papel de aleluyas:
«La golondrina ligera / del verano
es mensajera». Golondrina en el aire

Juan Manuel Bonet. GOLONDRINA EN EL AIRE. 2010.



Repasar esa selección de fotografías de Bernard Plossu creo que ya está dicho es lo más parecido a participar en una historieta de Tintín, o varias, sucesivamente. Porque una de las características de esas imágenes es que a pesar de haber sido tomadas hace unos pocos años, parece que todas son de antes de la guerra. De una guerra cualquiera, sin especificar. Y luego está esa permanente evocación del viaje que nunca se realizará porque el lugar de destino ya ha dejado de existir tal y como lo recordamos, de manera que mejor quedarse en casa.
Como no podía ser menos, esa Europa desaparecida que se muestra nos trae el recuerdo de su deudo más directo, Paul Morand, viudo de Europa al que se menciona en uno de los versos, pero cuyo espíritu nos ha parecido que no solo inspira los poemas sino que él mismo ha sido el comisario de la exposición.
De nuevo hay que volver a la galería José R. Ortega, donde se expone la selección de 30 fotografías de Plossu acompañadas de 30 poemas de Juan Manuel Bonet. Dejamos aquí un ejemplo de lo más meridional. De lo más morandiano, por tanto.








lunes, 6 de junio de 2011

Mustela erminea


Aquí Cecilia Gallerani, aquí unos amigos.
Hace las presentaciones la conservadora de pintura de Patrimonio Nacional, y la primera impresión es la de siempre en esos casos que tanto y desde tantos sitios nos ponderan un asunto, el consabido no es para tanto. Y es que además el efecto teatral utilizando la luz resulta de lo más recurrente; se deja la sala a oscuras y solo se ilumina la vitrina del cuadro, que así parece emanar una luz especial. La primera vez (niño de excursión escolar) que vimos algo parecido fue en la cámara oscura en que se exponía el tesoro del Carambolo, aunque con los años nos enteramos que solo se trataba de una copia ¿y tanto efectismo para exponer bisutería?

Pero pronto la atención pasa de la bella Cecilia al pequeño mustélido, que de cerca tiene toda la cara de un osito polar, como jibarizado en armiño. Nos cuentan que Leonardo reinterpreta el bestiario medieval en el que el armiño era símbolo del equilibrio y lo convierte en prototipo de la frugalidad y la elegancia, come una sola una vez al día y preferirá caer en manos de un cazador a mancillar en un sucio pantano la blancura delicada de su piel.
Pero la estancia madrileña de la la dama del armiño merece devolver visita de cortesía, se aloja en el palacio de Oriente hasta el 4 de septiembre. El cuadro ha pertenecido prácticamente siempre a la misma familia y no hay que dejarse engañar, ya que su propietario por muy príncipe polaco que sea y por muchas consonantes que tenga el apellido, es sevillano de nacimiento y criado en Dos Hermanas.