lunes, 28 de junio de 2010

El desierto de los tártaros


En seguida me percaté que la fortaleza Bastiani está en Melilla, ya se llame fuerte de Rostrogordo, Horcas Coloradas o Chafarinas, y eso lo puede saber cualquiera que haya estado ejerciendo de militar en la antigua Rusadir por ínfima que fuera su graduación, como era mi caso. Quiero decir que cualquiera que haya vivido una situación similar no podrá menos que evocarla leyendo esta novela de Dino Buzzati (1906-1972).

A partir de ahí no cabe hacerse lenguas ni con la imaginación del novelista ni con el kafkianismo de las situaciones, pues no son tan inconcebibles como se pretenden. Están, eso sí, muy bien contadas pues primero Buzzati plaga la trama de indefiniciones (temporales, espaciales o de cualquier otro tipo), y una vez que elimina toda referencia a la que asirnos no nos queda más que seguir el argumento a ciegas. Cuando nos quita la escalera solo podemos agarrarnos a la brocha y en ese trance nos quedamos hasta el sorpresivo desenlace.

Dino Buzzati -ya lo vemos en la fotografía- nos lleva a una calle sin salida mientras él se queda contemplando unas flores.
La lectura de la segunda imagen se me antoja más cogida por los pelos; para novelar horizontes lejanos y argumentos remotos, no hay nada como rodearte de los objetos más queridos en tu ámbito más cercano. En este caso, su despacho probablemente milanés.







martes, 22 de junio de 2010

Esplendor (y boceto) de Pepín Ybarra


Tras la iconoclasia de ayer, fomentemos hoy una cierta iconodulia con el mejor retrato (y su boceto) que se mandó hacer José María Ybarra y Lasso de la Vega (1905-1969). Para los cronistas del ABC, IV conde de Ybarra y para el siglo Pepín Ybarra. Uno de los mayores coleccionistas del arte español de su época, pues fue de los que no se conformaron con la conservación y dignidad de aquellos cuadros que recibiera en herencia y que en 40 años de coleccionismo forró sus casas de Madrid y Sevilla y su hacienda de Dos Hermanas con lo mejor de la pintura de la primera mitad del XX.

Repaso ahora el catálogo que se le dedicó a la colección al año de la muerte del coleccionista y parece la guía del museo de Bellas Artes de Bilbao y de Sevilla todo en uno, aunque probablemente tres generaciones después lo que unió Pepín, ya lo habrá dividido el hombre, o los hombres. Además en esta edición, los textos de Ramón Faraldo tienen el interés del crítico de arte y el del amigo que lo trató.
Aunque por lo dicho hasta ahora puede parecer que estemos en uno de esos casos que recordaba Pérez Villalta cuando decía que el dinero y el arte van siempre unidos, al coleccionista que nos ocupa se añade el conocimiento técnico del aficionado, pues él mismo era autor de algunos cuadros interesantes de los que ya pasará por aquí algún ejemplo.

En la última pintura que se le hizo al conde dos años antes de su muerte Francisco Cortijo lo retrata vestido de calatravo, con toda la pompa y la pasamanería de rigor y con una actitud que recuerda a los mejores retratos sicológicos que podamos conocer. Es uno de esos óleos sobre tabla (107x83 cm.) de factura como de pintura flamenca y con ese acabado satinado que hace invisible la pincelada. El boceto de abajo (48x53) es más cortijo todavía, pues hunde el encuadre de la figura y no evita sus característicos desconchones.








lunes, 21 de junio de 2010

Archivo F.X.


A Pedro G. Romero (Aracena 1964) le debemos ultimamente que haya conseguido meter dentro del Museo Reina Sofía la reproducción de una de las celdas de la cheka de Vallmajor de Barcelona con vídeo explicativo. Pero ya hace unos cinco años se nos había manifestado en el patio del Conde-Duque como el mayor estudioso de la iconoclasia en España entre 1845 y 1945 con el llamado Archivo F.X.
Al hilo del discurso teórico podrá decirnos, como así es, que "el que ataca a una imagen con un martillo es porque cree en el poder de esa imagen tanto como quien la venera".
Yo me conformo con que, sea por la investigación histórica o sea por la creación artística, se ponga luz sobre esa mitad que sigue en la sombra.
Por otro lado, la influencia del poder político en la causas de la iconoclasia siguen siendo las mismas hace ochenta años que ayer mismo.



martes, 15 de junio de 2010

The Romantic

A la escritora Elisabeth Asquith, Princesa Bibesco (1897-1945) ya la habíamos recibido por aquí cuando nos honró el año pasado, aunque siempre se nos ha aparecido velada: unas veces como en aquel retrato que le hiciera Augustus John con mantilla española, y otras cubierta de pieles, así que ahora se nos desvela por primera vez.
En el terreno metafórico iba camino de ocurrirle lo propio, pues venía siendo uno de esos escritores a los que el personaje oculta la obra de manera que todo el mundo conoce varias anécdotas de su vida pero nadie le ha leído siquiera unas líneas, y para eso la vida de la Bibesco era terreno abonado, pues antes de llegar a España, lo mismo cenaba con Proust, que hacía tertulia con Keynes. Esto último seguro que mucho más aburrido.

Han querido los amigos del blog Palabra y Obra que las primeras frases que le lea sean esas en las que dedica su última novela a José Antonio. The Romantic que por lo que llevo leído hasta ahora es una novela de sociedad, y que fue publicada en Londres cuatro años después del fusilamiento del Ausente. Mejor que anticipar los motivos por los cuales la inglesa dedica este título al amigo muerto, nos podemos quedar con eso de que "Aquellos que amamos mueren para nosotros sólo cuando nosotros morimos".

La fotografía de 1937 es de la National Portait Gallery.




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sábado, 12 de junio de 2010

Pintando las olas

Acaba uno su veraneo y llega a Madrid donde llueve más que el día que enterraron a Zafra, así que, para contrastar, va ser el momento de inaugurar aquí la temporada de baños con las fotografías de este Dalí inédito.

Entre las nuevas adquisiciones que ha presentado la Fundación Gala-Salvador Dalí, destaca una carta delirante a Buñuel de septiembre de 1926. La escribe en papel timbrado de la notaría del padre, aquel que le había pronosticado que moriría miserable a causa de sus faltas de ortografía, y para no llevarle la contraría al Sr. notario de Figueras, las ocho páginas (transcritas aquí) son una constante patada al diccionario. Pero eso no resulta novedad, pues en la entrevista aquella con Soler Serrano ya nos dimos cuenta que Dalí hablaba con faltas de ortografía.

Muy daliniano el jactarse de su expulsión de la Academia de San Fernando y el darle a la misiva su toque blasfemo; ya tendría tiempo de arrepentirse después. Claro que también podría excusarse diciendo que la había escrito bajo los efectos del contenido del porrón de la fotografía.