martes, 5 de octubre de 2010

La sombra de Felicidad


La casa de campo en Castrillo de las Piedras, ya nos advirtieron que una tarde llegó una excavadora y la dejó rasa como la luna, pero como si el destino quisiera compensar cierta mitomanía, aquella otra de Astorga -que en el verso trepaba la hiedra- la repara el ayuntamiento a sus expensas. De manera que siete años lleva en obras y todavía no se le ve el fin, pero como nos han invitado a que contemplemos con nuestros ojos la reconstrucción, se impone visita a la capital de la maragatería.

Para preparar el viaje, según manía inveterada, se echa uno a la cara libro
ad hoc, en este caso las memorias de Felicidad Blanc Espejo de Sombras, escritas en 1977 al socaire de aquella conocida película, evisceración y alarde público de miserias familiares. Como en esos casos lo único que dignifica es el silencio, el mejor parado ha sido a la postre el único que para entonces ya no podía decir una palabra. A la infeliz Felicidad se le concede el beneficio del error sucesivo, del que sus memorias vienen a ser justificación permanente.

Releído a quince años vista de la primera lectura se descubren nuevos matices, como aquella historia del enamoramiento de
Cernuda aparentemente correspondido. Prueba del candoroso romanticismo de Felicidad es la idea de que aquella relación tuviese el futuro que ella deseaba.
Estas fotografías, incluidas en el libro, corresponden a los primeros años de viudez de la autora; ante la casa de los Panero en Astorga y esta otra con sus hijos, cuando los tres aún parecían buenos chicos.






6 comentarios:

Anónimo dijo...

No aguantaron la dexedrina ni el cannabis, como los Sánchez-F. La película es símplemente brutal.
A.Agrad.

viñamarina dijo...

Véase El desencanto de Leopoldo Panero en "Poesía Incompleta", Pre-textos. Valencia

Alfaraz dijo...

Muy de acuerdo con ambos.
La única sombra que crece es la del padre al retirarse el tiempo.



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Olga Bernad dijo...

A pesar de la descarnada historia (vi El desencanto otra vez no hace mucho y la encontré mucho más fascinante e incomprensible que en mis tiempos de estudiante, cuando creía entender demasiadas cosas) y a pesar de las drogas, la locura y la historia, a mí me sigue impresionando Leopoldo hijo, sin menospreciar al padre, y me gusta cada vez más Juan Luis.
Recuerdo los poemas del manicomio de Mondragón como un bombazo entre demasiado libro de texto. El tiempo no se retira nunca, pasa por encima de todo como un tanque. Y el paso del tiempo mantendrá esa sombra, estoy convencida, al menos la ha mantenido en mi historia personal. No creo que la única que crezca sea la del padre. Compáralo con el humo de tanto primer porro que se vende (y se premia) actualmente como novedad e incluso como poesía y, simplemente, no hay color.
Saludos.

Alfaraz dijo...

A la pregunta -un clásico- de si Leopoldo María o Juan Luis, yo siempre contesto igual: el padre. Aunque te reconozco que a los hijos sólo los rodeo y con no pocos prejuicios.
Todo eso, se me ocurre, lo prodríamos discutir ante un cocido maragato.



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Olga Bernad dijo...

Cocido. Poesía pura;-)
Da gusto con usted.