Hace unos días se inauguraba The Dalí Museum en Florida (EE.UU.) donde se reúne la mayor colección de obra de Dalí fuera de España. El edificio es del arquitecto Yann Weymouth y las trazas exteriores recuerdan a la cúpula geodésica del Teatro-Museo de Figueras que aquí pareciera que se hubiese desbordado fachada abajo. El interior, -sharing Salvador- contiene el sueño acumulado de Reynolds & Eleanor Morse; casi cien óleos entre los que destacan obras maestras absolutas de esas que no se volverán a ver en España.
Entre esas paredes se evidencia la conversión del Dalí diletante surrealista en cotizado pintor de fama mundial que -Gala mediante- se creó pacientemente un personaje al gusto de la sociedad de consumo norteamericana. Pionero en el dominio de los media, tengo la teoría de que ni siquiera se divertía en aquellas puestas en escena en las que fabricaba su máscara y a las que se veía impelido por la vía marital (verdadera Avida Dollars), pues él lo que quería era pasar las horas en su estudio.
Por otro lado, no todos sus antiguos amigos de juventud supieron ni quisieron asimilar el cambio de aquel muchacho prácticamente analfabeto que llegó a la Residencia de Estudiantes devenido luego en el español más popular del momento y que para mayor escarnio había partido piñones con el régimen de Franco. Un Rafael Alberti recién aterrizado de su exilio -melena al viento- llamaba a Dalí "mercachifle desagradable" en una de aquellas entrevistas imprescindibles del gran Soler Serrano.
Sí le cogió en seguida la medida el no menos grande Pepín Bello, que por medio de un amigo nos relató su reencuentro con el genio de Figueras en un revelador párrafo que dice tanto de Dalí como de él mismo. Puede que precisamente hoy sea un buen día para el recuerdo emocionante.
"... Muchos años después, cuando había hecho artificio de aquel sentimiento más o menos espontáneo, pero fresco, con su parte de pureza, vino a Madrid. Ya era el Dalí de la vista perdida, el bigote definitivamente retorcido y el bastón de plata [...] nos vimos en el hotel Palace. Cuando estuvimos frente a frente tuvo la tentación, a la que cedió, de mantener la pose que mostraba ante el mundo. No le dejé actuar ni un segundo. Oye, Salvador, que soy yo, que soy Pepín. Entonces me abrazó y comenzó a llorar. No pudo ni hablar.
Nunca más vi a mi amigo Salvador Dalí."
José Antonio Martín Otín. LA DESESPERACIÓN DEL TÉ (27 VECES PEPÍN BELLO). Ed. Pretextos 2008. Pgs. 108-109.
8 comentarios:
Tengo ese libro en la lista de solicitados.
Nunca se agota el tema Dalí; y menos con entradas como aquesta.
Bravo!!
Pues a Uno le gusta ese Dali massmediático y convertido en un aburguesado contrapunto de la América de los cincuenta. De hecho si cerramos los ojos y rememoramos algunas de sus obras más impactantes, seguro que son de esa época y que además están en ese museo.
El Menda también disiente de la postura de colocar a Alberti (y tantos otros) como encarnación de la pureza revolucionaria y denostar a Don Salvador, que a fin de cuenta, se enriquecía con el fruto de su trabajo, algo que no pueden decir muchos de sus detractores. Por lo demás brillar como un ascua y ser el escándalo en la pacata América del macarthismo me parece un acto en sí totalmente surrealista.
Ciertamente Dalí fue un pionero y supo ver como el video había matado a la estrella de la radio. En prodigarse en la prensa, coquetear con el poder, copiarse y falsificarse hasta la extenuación, veía ya lo que iba a ser el futuro, el arte actual, con todas sus contraindicaciones.
En fin, que habría que ver esa labor de puente de Dalí entre la dorada etapa de las vanguardias (dorada por la crítica y el qué dirán) y la vertiginosa sociedad de consumo. Uno piensa en Magritte y en Hergé como otros artistas que también supieron vislumbrar lo que se avecinaba y se subieron al carro de repetirse y copiarse hasta el infinito, que es una forma de ensimismarse.
Hemos escrito demasiado y ya no hay tiempo. Otro día arremeteremos con la dichosa Residencia de Estudiantes.
Por apologista del último Dalí, D. Henry, acaba Ud. de entrar a formar parte de la Orden del Dalinismo Proscrito (categoría Gran Cruz).
Además, una comisión presidida por el Gran Maetre, estudiará si en ud. concurren las circunstancias que le hagan acreedor -por vía digital- de la sucesión del vacante marquesado de Dalí de Púbol. He dicho.
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Francamente prefiero el señorío de Hadoque & château de Mounlisart.
Que también es otro tema apasionante el de la herencia de Dalí, Hergé, Picasso y tantos otros creadores que dejaron una trifulca post-mortem de mucho cuidado. Supongo que Don Salvador pensaría que si sus herederos lo iban a convertir en mercancía, para qué esperar...
En otro orden de cosas cabría preguntarse por qué artistas del calibre de Dalí (como Chillida, Antonio López o Eduardo Naranjo) tienen lo mejorcito de su obra a cienes de kilómetros de la madre patria. Antes era muy cómodo echarle la culpa al rechazo de las vanguardias por el franquismo, pero desde 1975 ya ha llovido mucho y sirva de ejemplo el mítico Museo Marugame Hirai de Arte Español Contemporáneo para evidenciar que Caín sigue haciendo de las suyas en este lado de los Pirineos.
En el caso de la herencia daliniana, habría que recordar que dejó con varios palmos de narices al entonces presidente de las Generalidad y demás politiquillos para donar el grueso de su legado al Estado Español. Genio y figura.
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Capitalista, proamericano, español antes que catalanista, monárquico, enriquecido-a-costa-de-su-propio-esfuerzo-y-no-de-la-subvención... son demasiados clavos para su ataud y fardos demasiado pesados para la etapa actual. No me extraña que más que de Don Salvador tengamos que hablar de Mr. Dali (sin acento) y que goce de más predicamento en la otra orilla del Atlántico que en ésta.
¿En que estarían pensando los de Mecano cuando compusieron su epitafio?
En vender discos y cobrar derechos.
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Ya, Todo es mercancia.
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