Acabadas las interesantes memorias de Medardo Fraile, habrá que dejar aquí constancia contra olvidos venideros —propios— y destacaremos que su fama de buen narrador la demuestra aquí escribiendo en primera persona. Además nos da buena cuenta del ambiente literario de trasguerra en Madrid y especialmente en lo que suele llamarse Generación de los 50, de la que formó parte.
Puesto que tiende al comedimiento, destacan las valoraciones que se apartan de esa norma cuando nos habla de aquellos a los que trató. Creo que el único que carga un poco las tintas, seguro que merecidamente, es con Javier Pradera al que —en seis renglones— se puede decir que lo viste de limpio. También destacan las cartas que por 1.944 le escribía su amigo Alfonso Sastre, por entonces ortodoxo falangista compositor de versos al Ausente, y al que no nos imaginamos ahora declamándolos en un batzoki cualquiera.
También hay episodios en los que se llega al humor por sucesión de situaciones absurdas, como aquel descacharrante en el que cuenta su visita al palacio del Pardo. Pero el botón que vamos a dejar aquí es de una visita que hace a Menéndez Pidal, aprovechando que hemos encontrado fotografía ad hoc.
«En 1959 Ramón Menéndez Pidal cumplía noventa años y me enviaron a airear fecha tan señalada. Don Ramón no tenía un gramo de grasa, seguía trabajando todos los días, daba larguísimos paseos y era como un sarmiento reseco, que se movía muy terne en el despacho para enseñarme libros y papeles. Traté de lisonjearle:
—Don Ramón, no hay nadie en España como usted, que haya sido propuesto cuatro veces para el Nobel...
Se alarmó ligeramente y se apresuró a farfullar:
—Sí, sí... Pero no lo diga usted, porque ésa es una prueba de mi fracaso.
Me sorprendió y le tranquilicé:
—Por favor ¿a eso le llama usted fracaso? Le aseguro que a todos nos gustaría fracasar así... »
Medardo Fraile. EL CUENTO DE SIEMPRE ACABAR. Ed. Pre-Textos, 2009. Pag. 541.
Por cierto, el contrapunto en imágenes que nos ilustra toda esa época de la que nos habla Medardo Fraile, está en el archivo fotográfico del Estudio Lagos, del fotógrafo Mario Lagos, marido de la poetisa Concha Lagos. El estudio, que estuvo en el número 31 de la Avenida de José Antonio (Gran Vía) se especializó en retratos literarios entre los años 20 y 60 del siglo pasado y todo ese archivo acabaría en la Biblioteca Nacional, que hace unos meses puso al alcance de todos los españoles en su página web una selección de 1.141 de esos retratos a buena resolución. Es lo que podría convertirse, si alguna entidad pública se preocupara, en el embrión de la versión hispana de la National Portrait Gallery.
6 comentarios:
Lo lei el año pasado y recuerdo especialmente las páginas tan interesantes que dedica a la guerra española en Madrid, vista por un niño: una gran aventura a espaldas de las penalidades de los adultos. Pero la narración de su colocación en la vida literaria de los cuarenta y cincuenta, le va haciendo cada vez más antipático, pues se le ve muy a gusto consigo mismo y muy crítico con los demás, sus colegas con más éxito.
Siempre interesante!!
Recuerdo haber leído sobre el venerable Menéndez Pidal que exigía a sus hijos que aclarasen cualquier pequeña riña infantil entre hermanos antes de irse a la cama; necesitaba tener el alma en plena paz para poder descansar bien y para dedicarse a sus trabajos sin preocupaciones...
Recuerdo también cómo las autoridades franquistas decían en sus informes que estaba dominado por su mujer María Goiri, a quién tildaban de elemento peligroso.
Alfaraz, el pasado sábado estuve en mi colegio en la celebración de los 25 años de mi promoción de COU.
Mi profesor de literatura, el padre Torrijos, es autor de una biografía sobre Edgar Neville titulada EDGAR NEVILLE 1899-1967. LA LUZ EN LA MIRADA. Seguro que te interesa.
La tengo localizada en varias librerias, también en Sevilla.
No te compres la que tiene la librería Galdós de Madrid que esa es para mí!!
No sé como el ecosistema literario ha logrado condenar a Medardo Fraile punto menos que al ostracismo. Por su vida, sus amistades y su obra me parece una figura fascinante, un testimonio de una época (o de varias épocas) que habrá que esperar a que pasen veinte o cuarenta años de su necrológica para que comience a ser valorado de verdad.
Creo, Mr Quaker, que el buen tono no lo pierde durante todo el relato. Sí ocurre, que hay cosas que le resultan difícil callárselas, viendo lo que ve ahora, y teniendo en cuenta que guarda buena memoria.
Cierto es que a algunos niveles no es valorado como otros compañeros de Generación a los que supera, y esa manifiesta irregularidad debe afectar. De hacer justicia se encargará el tiempo, como dice D. Henry.
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Enrique, la idea que tengo de Menéndez Pidal es la del sabio interesante, pero lejos del santo de altar que a veces nos quieren vender.
Por cierto que me acabo de pedir el libro de Neville. No lo empieces todavía y ya comentamos.
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